12.10.07

Sabina y la noche

(Horita pongo una super foto acá, imagínensela por mientras)

Afuera llovía como suele llover en esas tardes largas de noviembre. Yo veía caer las gotas inmensas sobre la ciudad empañada, mientras intentaba concentrarme en un pasaje final: “Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero también el ultraje que había padecido; sólo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios.” Odié entonces la genialidad de Borges y bajé el libro para descubrir sus ojos ambarinos. En su leve sonrisa no cabía la más mínima sombra de disimulo. Supe que íbamos a pasar la noche juntos y me reí para mis adentros: cuando escarbara en mi diminuta biblioteca no encontraría ningún otro libro de Borges, a lo más un par de Cortázar y unos cuantos de Vargas Llosa, y quizás no me creería que el de Coelho era un regalo de mal gusto.

Cuando entrara y viera las dos guitarras, pensé, creería que soy un juglar bohemio, un poeta de la contracultura. Cuando notara el póster de Nirvana en la puerta me creería un músico misterioso y depresivo. Mierda, recapacité; las guitarras están muy empolvadas y Nirvana es una banda de adolescentes que uno deja de escuchar después de la primera novia, a lo sumo. Me acordé de la media docena de juegos de mesa infantiles que estarían sobre el closet sin puertas, de alguna ropa vieja e infantil adentro, de los barcos de juguete sobre un estante y de un par de adornos de madera hechos por mi mamá que, sin lugar a duda, no podría ocultar a tiempo. Como pequeño confort, pensé en la caja de condones. Sí, maricón, la caja que guardás desde hace meses. En esto pensaba cuando el bus se detuvo: era la última parada. Nos bajamos y ella se despidió de un beso en la mejilla; tenía que irse o perdería el último bus a casa.

Caminé, sintiendo la brisa sobre la cara y arrastrando los pies. Al llegar a mi cuarto, vi las telarañas sobre las guitarras, la cara estólida de Kurt Cobain, el Scrabble ñoño, las paredes color celeste bebé y la biblioteca de cincuenta y ocho libros. Pensé en quemar la caja de condones pero seguramente de sus cenizas resonaría una risa burlona. En realidad me sentía como si me hubiera quitado un peso de encima; los amores de una noche, dicen, dejan la conciencia cristiana atormentada y yo solo llevaba unos cuantos meses de ateísmo pre-universitario.

Me quité las Converse y el pantalón, y me disponía a desarreglar la cama cuando sonó el teléfono: “Estoy aburrida, mejor veámonos.” Sentí, no digamos el corazón en la garganta, sino las gónadas. Sin esperar respuesta continuó, “Yo voy a su casa, aquí hay mucha gente”. Intenté una excusa y balbuceé algo ininteligible. “Bueno, para allá voy,” y colgó.

De alguna forma, burlamos a mis tatas: nadie se enteró de que Sabina había sonado hasta la madrugada. Creí entender, esa noche, lo que quería decir el madrileño de Úbeda cuando cantaba que de ti depende, y de mí, que entre los dos siga siendo ayer noche, hoy en la mañana.

7.10.07

Referéndum

Perdimos. Queda luchar contra la agenda de implementación, tratar de que quede algún vestigio del compromiso social en las instituciones estatales, aferrarse a una idea de la Costa Rica que queremos. Yo qué sé, talvez gritar, desnudarse, cerrar los ojos, vomitar, amar lo que somos, odiarnos, dormir con la conciencia tranquila y despertarse pensando que todo fue un mal sueño.

No queda la esperanza. Queda algo menos tangible, convulso, terco. Es algo así como la convicción de que este país no va a ser de nadie más que nuestro. De nosotros, hermanos.